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Del Amor y el Placer, entre tantas cosas…

«De todos nuestros juegos, es el único que amenaza trastornar el alma, y el único donde el jugador se abandona por fuerza al delirio del cuerpo» como afirma M. Youcenar  un juego de deleite que trastoca las posibilidades del tablero, que le da vuelta, que lo aglutina, que lo contiene y desafía. Un juego donde perderse es la forma de ganar.

Cuántas veces me he preguntado qué es el amor, y sigo sin hallar las palabras exactas que satisfagan mis sentidos, mis mediatos sentidos, y el sentido supremo del que habla Wyslawa el de «la participación». Quizá ahí se desdibuja la clave que debe esbozarlo en «participar de él». Y es que definirlo es aprisionarlo y el amor nunca puede estar cautivo.  Seducción.  Eros, como el amor, es el deseo, decía Platón en El Banquete, se desea lo bueno, por tanto el amor es bello y bueno, es deseable. Lo bueno es bello, lo bello es bueno. Hay una interacción recíproca entre lo bello y lo bueno que imposibilita la existencia del uno sin el otro.

El deseo es incitación, satisfacción parcial, continua recordación de imposibilidad de satisfacción. Es inacabado.  ¿Acaso hay fin para la belleza? ¿Acaso puede entenderse una belleza absoluta? Darle meta a la belleza es darle muerte.  Y darle muerte a la belleza es condenar a la seducción. Por tanto la belleza ha de ser incompleta y buena. Y su deseo insatisfecho es la seducción.  Tampoco puede apresarse a la belleza porque eso es el canon, y el canon varía. Por ello no podemos acabar a la belleza, sino desearle.  ¿Cómo pensar en el deseo? ¿Es carencia? Algo así también se esbozaba en el Banquete. Diciendo que Eros era hijo de Penía (la pobreza) y Poros.  Debe entonces  se instancia intermedia entre lo bello y la carencia, la forma de memoria de lo temporal.  La seducción es la incitación que invita a la satisfacción temporal.  Una vez escribí «placer perfecto es el que incita pero no satisface» sino que invita a recomenzar.

Casi doce años de visitar el mismo cuerpo… perdón… Nunca es el mismo. Por ello me maravilla sus instancias intermedias, sus evocaciones lujuriosas, sus sentidos mediatos e infinitos a la vez.  La voz que reclama la continuidad del placer, la caricia constante, la sombra que cambia con la luz del ambiente, los dibujos de unos dedos curiosos, de una mano firme, un temblor repentino, un pequeño grito de muerte -como decía Cortázar- que da vida.  El olor familiar y la gama de nuevos descubrimientos.  El constante cambio. Los mil cuerpos de tu cuerpo, como escribió O. Paz.

Llamo a Heráclito el Oscuro «bajo dos veces al mismo cuerpo, y la segunda vez ni el cuerpo ni yo somos los mismos» – prefiero el cuerpo que el río. Bajo durante doce años y cada vez no somos los mismos… pero nos reconocemos y exploramos con efusiva calma, con clandestinidad y con la paciencia del naufragio elegido en la pareja. Ése que permite la exploración del destino entendiendo que no hay otro lugar, ése que impone buscar con deseo, con cautela, con apetito, con avidez y astucia.

Regreso a Youcenar: «El juego misterioso que va del amor a un cuerpo al amor de una persona me ha parecido lo bastante bello como para consagrarle parte de mi vida. Las palabras engañan, puesto que la palabra placer abarca realidades contradictorias, comporta a la vez las nociones de tibieza, dulzura, intimidad de los cuerpos, y las de violencia, agonía y grito»

Quizás hay en cada forma un poco de agonía y renacimiento… quizá no hay engaño posible porque abarca la incitación de todo mundo posible y consentido entre dos.

Bauman «libertad es lo que hace un ser en tanto que ser y racional». Reparo entonces del Amor, del placer, de la seducción… todo lo consentido por tocar el infinito y, eso sí, después olvidarlo… sólo para recomenzar.

Volveré entonces por la mañana a mirarte a los ojos para asemejarlos a algún elemento de la naturaleza… y sentirte temblar.

Así… te quiero siempre, te deseo.

 

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