#BrújulaElectoral, no se enamore por internet por @nancyarellano

Cuando muchos hemos escuchado aquello de «relaciones virtuales» nos parece una locura.  Hablo de relaciones creadas por internet, que es diferente a las relaciones de «larga distancia», aquellas en las que la pareja está separada, por un tiempo, por diversas razones. Del 100% de las relaciones virtuales, digamos que el 98% son fallidas. La razón es simple, una relación virtual no responde a necesidades cotidianas y, como Dr. House diría, la gente siempre, siempre, miente. Así es en la política.

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Cuando «vemos” a un candidato en un afiche, en el Facebook, en un mitin o en una entrevista nos encontramos ante la posibilidad de una relación «virtual». Esto significa entregar nuestro tiempo, dinero y afecto a una persona que puede ser completamente diferente a lo que deseamos como «pareja política». Y quiero presentar este término responsablemente. Una pareja conoce tus preocupaciones, te apoya, ayuda y  comprende; asumen juntos el reto de labrarse un mejor futuro. Así es en política, también. En el sentido que hablo, nuestros políticos son nuestras parejas democráticas: los elegimos para que nos acompañen a labrar el camino personal. ¡E incluso nos repartimos tareas! Nosotros trabajamos, y ellos reciben parte de nuestro trabajo en impuestos; nosotros invertimos en industria, y ellos reciben parte de las ganancias a través de los ingresos fiscales.  Ellos deciden sobre un determinado recurso que poseen, y nosotros realizamos la comercialización. Ellos deciden la calidad educativa de nuestros hijos, o los medios de transporte que vamos a usar, o qué conciertos pueden o cuáles no celebrarse en nuestra ciudad. Qué marcas de vehículos usamos o qué cadenas de hoteles pueden prestar servicios en el país. Incluso deciden qué aerolíneas podemos usar para viajar. El Estado está en todo, y nuestro «compañeros políticos» son los que deciden cómo se harán las cosas y cómo podemos nosotros hacer las cosas.

Vuelvo entonces. El noviazgo es el período electoral. Allí nos «enamoran» para que demos el «sí» y nos comprometamos. Ellos prometen fidelidad a sus promesas, no traicionarnos cuando estén en posición de hacerlo, esto es, cuando tengan en sus manos el poder. Nosotros nos comprometemos a entregar lo que nos corresponde, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad.  Desposar políticamente a un político es darle el voto. ¿Creemos en sus promesas? ¿No nos volverá a pegar? ¿Cambiará una vez casado?  Son interrogantes nerviosas que hacemos, si es que las hacemos.

Cuando un sistema político está cansado es como un solterón/ solterona de 50 años que teme a la soledad. Entonces se casa «con el primero que venga» y… ¡cuidado! Él o ella puede vérselas negras. Quizás el remedio es peor que la enfermedad. El matrimonio y el voto son cosa seria,  no hay vuelta atrás, o darla es costosísimo.

¿Cómo protegernos? ¿Cómo decidir bien? Pues así como escogeríamos una pareja. Pensemos en conocerlo/ conocerla, preguntemos por la viabilidad de sus propuestas, leamos un poco sobre cada candidato /candidata, repasemos su historia, pensemos qué es lo más importante para nosotros. Un candidato/candidata que se acerque a nuestra realidad. Que entienda lo rural o lo urbano o, mejor, que entienda ambas realidades; que tenga un equipo para jóvenes y adultos mayores, que comprenda el juego real del poder y los retos del narcotráfico o del terrorismo. Hay que buscar a quien tiene patente democrática y, como en el amor, hay que ver qué defectos creemos tolerables. No hay candidato perfecto, es cierto, pero sí hay candidatos que pueden representarnos más acertadamente, veámonos en el espejo ¿Quiénes somos? ¿Qué queremos? ¿Quién puede realmente crear mejores condiciones para nuestras demandas y proyectos más personales? ¿Con quién me caso democráticamente? ¿A quién le doy mi dinero, y afecto, durante parte de mi vida?

Seguiremos pensando.

@nancyarellano

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