Pensar en la felicidad es un ejercicio que, de hacerse concienzudamente, recae sobre la Academia. No porque derive en un ensayo filosófico o en una definición de diccionario, sino por el simple hecho de que no podemos reparar en ello sin pensar en qué luces pueden darnos aquéllos que han venido pensando reposadamente e insistentemente en las respuestas a estas preguntas.
Aristóteles dice: «Puesto que la felicidad (o placer) es aquello que acompaña a la realización del fin propio de cada ser vivo, la felicidad que le corresponde al hombre es la que le sobreviene cuando realiza la actividad que le es más propia y cuando la realiza de un modo perfecto; es más propio del hombre el alma que el cuerpo por lo que la felicidad humana tendrá que ver más con la actividad del alma que con la del cuerpo; y de las actividades del alma con aquella que corresponde a la parte más típicamente humana, el alma intelectiva o racional. Como en el alma intelectiva encontramos el entendimiento o intelecto y la voluntad, y llamamos virtud a la perfección de una disposición natural, la felicidad más humana es la que corresponde a la vida teorética o de conocimiento (por ello el hombre más feliz es el filósofo, y lo es cuando su razón se dirige al conocimiento de la realidad más perfecta, Dios), y a la vida virtuosa. Finalmente, y desde un punto de vista más realista, Aristóteles también acepta que para ser feliz es necesaria una cantidad moderada de bienes exteriores y afectos humanos. En resumen, Aristóteles hace consistir la felicidad en la adquisición de la excelencia (virtud) del carácter y de las facultades intelectivas.» (1)
Ahora bien, es interesante lo que otro filósofo, más moderno señala: «La libertad es lo que elige todo ser, como ser y racional» puesto que «El individuo se somete a la sociedad y esta sumisión es la condición de su liberación. Para el hombre, la liberación consiste en liberarse de las fuerzas físicas ciegas e irracionales; lo consigue oponiéndoles la enorme inteligente fuerza de la sociedad bajo cuya protección se ampara…» pero esto no es todo. Bauman en una entrevista dice: «Hay que replantearse el concepto de felicidad, se lo digo totalmente en serio» (…) «Generamos una especie de sentido de la culpabilidad que nos lo impide» porque nos dejamos llevar por la cotidianidad de «elecciones» y «costos de oportunidad» que nos someten a un círculo de pago de prebendas por la falta de tiempo para ser felices. (2)
Mi pregunta es… ¿Qué alimenta al alma? ¿Qué conocimiento nos da la vida para ser felices? ¿Qué papel juega la libertad racional con el justo tiempo para alimentar el alma? ¿Cómo el amor puede liberarnos día a día para hacerse parte del alimento del alma? ¿Cómo mitigar esta modernidad líquida y salvar el ritmo del corazón entre los sonidos de los automóviles?
Bauman repara en ello cuando plantea ¿Qué hay de malo en la felicidad? y empieza así:
«La búsqueda de la felicidad, que ocupa nuestro pensamiento gran parte del tiempo y llena la mayor parte de nuestra vida –como seguramente reconocerán la mayoría de los lectores–, no puede reducir su presencia ni mucho menos detenerse… más que por un momento (fugaz, siempre fugaz). ¿Por qué esta pregunta nos desconcierta? Porque preguntar “qué hay de malo en la felicidad” es como preguntar qué hay de cálido en el hielo o qué hay de hediondo en la rosa. Siendo el hielo incompatible con el calor y la rosa con el hedor, este tipo de preguntas asume la verosimilitud de una coexistencia inconcebible (donde hay calor no puede haber hielo). En realidad, ¿cabría la posibilidad de que hubiera algo malo en la felicidad? ¿Acaso la palabra felicidad no es sinónimo de la ausencia del mal? ¿De la imposibilidad de su presencia? ¿De la imposibilidad de todo y cualquier tipo de mal? Sin embargo, ésta es la pregunta que plantea Michael Rustin1 , como la ha planteado antes que él un buen número de personas preocupadas y como probablemente lo harán otros en el futuro. Rustin explica la razón: sociedades como la nuestra, movidas por millones de hombres y mujeres que buscan la felicidad, se vuelven más prósperas, pero no está nada claro que se vuelvan más felices. Parece como si la búsqueda humana de la felicidad fuera un engaño. Todos los datos empíricos disponibles sugieren que entre las poblaciones de sociedades desarrolladas puede no existir una relación entre una riqueza cada vez mayor, que se considera el principal vehículo hacia una vida feliz, y un mayor nivel de felicidad. «
Sigo pensando que hay un acto de fe, racional, en mirar al otro y poder ser uno mismo… pero no es fácil. Hay que buscar ese justo medio entre lo externo y lo interno, el otro y yo, es un camino que exige perspectiva. Moderación. Nuevamente saltan a mi mente los Griegos y sus nociones helénicas del mundo.
Seguiremos pensando… y salvándonos en ser felices en medio de la marea moderna.
Por lo pronto seguiré leyendo: https://zoonpolitikonmx.files.wordpress.com/2014/05/quc3a9-hay-de-malo-en-la-felicidad-bauman2.pdf
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(1) http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiagriega/Aristoteles/Felicidad.htm
(2) http://prodavinci.com/2013/06/22/perspectivas/zygmunt-bauman-hay-que-replantearse-el-concepto-de-felicidad/
¡Brillante!!!
¡Qué bueno que esta época y en estas circunstancias, haya alguien que escriba sobre el más importante de los temas!
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Gracias Martín… Perder el rumbo no puede significar dejar de saber dónde está el destino deseado!
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Agradable reflexión sobre la felicidad «ausencia del mal». Asimismo es inquietante, que una sociedad que busca y trabaja para ser prospera no logre ser feliz, desde mi personal punto de vista estó se explica al estar basada está prosperidad en un modelo de competencia agresiva individual, sin buscar verdaderamente encontrar ese estado de felicidad; que permita proteger al individuo y a los integrantes de está sociedad, bajo un modelo de aprovechamiento y mejoramiento de los recursos que permitan su prosperidad.
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Hola Ángel… Estoy de acuerdo contigo! Aunque creo que más allá del modelo se trata de la responsabilidad individual de buscar el norte personal… Creo que nos diluimos como personas en la sociedad cuando sea cual sea, los modelos anulan nuestro tiempo de «otium»…
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