Un texto de 2007.
…….
La cultura para la paz viene a representar un aspecto determinante para la vida en sociedad; en tanto que significa excluir a la violencia entendiendo que era es un medio pre político –tal y como afirma Mires, F (2002)-. En este sentido, puede entenderse que la paz viene sustentada en la auténtica calidad democrática la cual se basa a su vez en el enfrentar problemas sin recurrir a medios violentos –en consonancia con Mires nuevamente- de comprender que el despliegue de medios políticos es característica de calidad democrática.
Ahora bien, ¿cómo hacer para que los individuos internalicen la paz con sistema de vida o cómo hacer que la democracia se halle impresa en sus almas ciudadanas? Allí es donde la educación cumple un rol fundamental; en tanto que forma a lo ciudadanos y les dota de una cultura política (c.p) donde se engranen coherentemente los valores supeditados al concepto de democracia y donde se entienda que la sociedad civil es la que hace éticamente a la ley –Mires nuevamente- y no la ley a la sociedad. La Ley (con mayúscula) ha de ser descriptiva, no prescriptiva. De esto se emana que una real c.p. democrática entiende el por qué se superpone a a los Derechos Humanos por encima de los mandatos constitucionales; patentándolos como éticamente aprehendidos por la sociedad mundial; lo cual implica que el respeto a la vida y a las libertades (civiles, políticas, económicas, culturales y ecológicas) son imperativos no cuestionables por ninguna sociedad –incluso bajo “la excusa” del derecho de autodeterminación de los pueblos- y como metas primarias de por si ponen de manifiesto una cultura para la paz.
Mas no se trata simplemente de una nueva pirámide –ampliada- de Kelsen, sino de que la formación de los individuos es el único camino para que comprendan el auténtico significado de estos marcos ampliados de convivencia y valoricen por ejemplo el rol del DD.HH y del DIH para los conflictos armados (C. Ginebra y sus Protocolo adicionales). El debate sobre la paz no puede limitarse únicamente a los Estados sino que debe integrar a la sociedad civil pues es ella la que legitima el ejercicio del primero y la que brinda los índices de gobernabilidad ligados a la estabilidad del sistema. Un ejemplo interesante es la actuación de los mexicanos ante el conflicto de Chiapas cuando éstos se lanzaron a las calles en un reclamo de alto al fuego; con lo cual lograron influir en la forma en la que el gobierno de Salinas enfrento al EZLN. Allí se develó cómo la cultura para la paz influyó determinantemente en las conciencias de los ciudadanos comunes y se tradujo en reclamo para con el gobierno federal.
Por otra parte está el problema de los niños armados en el medio oriente, donde se evidencia una cultura bélica que trae consecuencias devastadoras en los indicadores de mortalidad infantil, haciendo ver cómo se castra la libertad de esos niños al privarles del rol real de la infancia en la sociedad y al alienarlos con un sistema que aún no les compete y para el cual están imposibilitados, por facultades racionales, de comprender u apoyar -en el peor de los casos- libremente; esto sin hablar del terrorismo.
Todo esto, por un lado u otro, está ligado a una pseudocultura política que mira a la violencia como medio lícito y único, y desconoce a la política –diálogo, consenso, debate- como auténtica forma de convivencia. El cambio que se pide es enteramente formacional y requiere un papel fundamental del Estado como figura responsable y protagónica. ¿Asumirán algún día la tarea responsablemente?
Lista de Referencias
Mires, F (2002) Retorno a la Nación en La Eficacia del Derecho. España: Ed Trotta
San Miguel, R (2006) Guía para Estudios de Seguridad de la Universidad Metropolitana. S/E
Aveledo, G (2006) Guía de Lecturas de Retos y Amenazas para el desarrollo de América Latina. S/E.