Una de las razones por las que he ido incursionando en el mundo del arte es porque siento que es una de las pocas cosas que pueden conservar un halo de pureza. Creo que si tuviera que relatar mi relación con el arte tendría que comenzar por un día en el que me sentí asustada por un libro.
Tenía unos 8 años aproximadamente, estaba en la biblioteca de mi casa y vi un libro grande, delgado, que se mezclaba con los miles de papeles y guías de mi hermana que estudiaba Derecho. Agarré el libro y me pareció espantosa, visceralmente espantosa, aquella portada: era el cuadro Autorretrato con Mono de Frida Kahlo de 1938. Aquella mujer, Frida, me pareció tan antiestética que no pude resistirme a abrir las página y sumergirme en su fealdad. Ya lo decía antes, citando a Rilke, «todo ángel es terrible»; y creo que Frida, en la terribilidad, me sedujo al arte. Tanto así que, casi diez años después, hice mi «tesis» (trabajo de grado) de bachillerato sobre Frida Kahlo.
Luego, en mi inhabilidad de pintar, y mi facilidad para escribir (creo) me decanté por estudiar letras. Aún fiel enamorada de las artes… aún seducida por su poder hipnótico. Dejé letras luego de dos años, honestamente, porque sentía que no había arte en aquello; no sentía la pasión correr por los pasillos de aquella escuela que sentí algo acartonada. Leía mucho, sí. Pero escribir, escribir con el alma en vilo frente a la hoja de papel no. Nada de eso. Claro que hubo profesores maravillosos; pero me faltaba algo. No supe qué era. Sólo salí de allí con la esperanza de cambiarme de universidad a una donde las letras no sólo se estudiaran sino que se respiraran. El cambio tardaría más de dos años; así que en medio de mi «angustia contemporánea» me hablaron de una carrera novísima: Estudios Liberales.
Empecé a estudiar Estudios Liberales, estudié política, economía, filosofía, historia… política internacional… leí otra vez mucho; estudié casi todas las ramas humanistas. Tomé electivas de mitología, de literartura de vanguardia, de sociología, de fotografía… Me fascinó la libertad de la nueva casa de estudios… Supe entonces que no se trataba de la universidad, que se trataba de entregarme yo misma al arte. Irónicamente, un semestre inscribí Historia del Arte (volvía a los brazos del amado) pero fue terrible. No en la terribilidad de Rilke, sino en la pesadez de aquéllos que hacen del arte un tedio. Terminé retirando la materia y disfrutando más ver los libros de la Ed. Taschen que aquellas clases magistrales insensibles. Luego vi un curso de Literatura y Arte de Vanguardia que me hizo volver a sentir la emoción de la búsqueda: Duchamp, Tzara, Marinetti, Dalí, Bretón (no los pongo en orden sino como fluyen) y la memoria de la piel (a lo Kavafis) me recordó por qué amaba tanto al arte.
Al final, volvía a las letras con un Diplomado de escritura creativa, y volvía a las artes leyendo a Wilde, Sontag, Van Gogh, Gombrich, Hauser… leyendo sobre arte, leyendo artistas, leyendo sobre estética, porque aún leyendo a Hegel, a Hume, a Nietzsche o a Russell, vuelve a aparecerse el fantasma del arte como una sombra.
Luego, en el posgrado, hablando de finanzas internacionales, sigo apasionandome por el arte; veo el Indice Mei Moses, o Artactic o ArtPrice, veo las sumas de Sotherbys o Christie’s; reviso las inversiones en este magnífico mercado, tendencias, cifras, crecimiento, impacto, índice de confianza, y en ello soy capaz de ver a la humanidad apostando a la «poiesis», divagando sobre «el ser», asintiendo ante la más dura crítica del consumismo o diciendo que «el talento» de Degas es sublime. Veo a la gente «comprando» masivamente críticas al consumismo… veo las ironías de la sociedad envilecerse y reirse. Veo el miedo, el éxito, el fracaso, la decadencia y la cobardía, veo a la conciencia pasearse entre los pasillos del arte ¿O por qué en las guerras guardan las grandes piezas en búnkers? Veo en el arte la respuesta de las élites (y las masas) a la cultura, veo (con ojo antropológico)a la humanidad a través del arte. La belleza y la fealdad (si pueden lean a Eco con su Ha de la Belleza y la de la fealdad), la armonía y el caos, la visión de lo bueno y lo malo; las dicotomías del mundo están en el arte. Basta ver el arte barroco para comprender el miedo de la Iglesia Católica frente al desarrollo de las ciencias. O basta ver el Pop Art para comprender cuál fue el papel del capitalismo en el siglo XX.
A la pregunta de por qué el arte, intento responder cada día… ¿por qué dedicar mi vida al arte?
El arte es pasión, primero que nada, y es búsqueda. La búsqueda apasionada de un sentido. Este sentido, es, para todos, una forma esencial de la existencia. En esta línea de pensamiento, queda sólo decir que el arte es un medio común y es un objeto extendido de consumo. ¿creo que el arte carece de valor? No, creo que tiene un valor inestimable. ¿Creo que hay un precio? Si, no porque el arte tenga precio, sino porque vivir en este mundo lo tiene, y como los artistas son seres que viven en este mundo, pues creo que el arte ha tenido que tener precio; además el deseo extendido sobre las piezas (la demanda) ha terminado por poner precio a las pequeñas grandes muestras de sentido que son las piezas de arte (oferta).
Dedico entonces mi vida al arte en dos sentidos: quiero vivir el arte, apasionadamente y en mi propia búsqueda de sentido; y creo en vivir del arte, porque es la objetivación de nuestras pasiones y sentido de trascendencia; por tanto el mejor «producto» con el que contribuir al PIB y una de las mejores formas de inversión.
Mi misión, como la veo hoy día, es lograr hacer arte y que miles de artistas puedan vivir del arte, hacer del arte una profesión redituable, una inversión que ofrezca ganancias y en todo, como todo en la vida, que sea una pasión vívida.
Hoy, asumo que soy una de las fieles amantes del arte.
Para mí, el arte excita a los dos hemisferios…