Trinomio Negro: Burocracia, Tecnología y Ciencia
Hanna Arendt y Joan-Carles Melich han hecho un análisis excepcional sobre el Holocausto. Lo magnífico de ambos radica en el punto de vista de los ejecutores de tan terrible tragedia humana. Arendt plantea, sobre Eichmann, que era un ser que no poseía moral alguna y que por sus venas corría el peligroso razonamiento del burócrata que vé en sus labores «simples procedimientos administrativos». Así entonces los judíos eran sólo una tarea más a cumplir como funcionario de III Reich. Joan-Carles Melich va más allá. Nos habla del peligroso triángulo: Burocracia, Tecnología y Ciencia al servicio de un sistema político tan fatuo como el Nazi.
Señala Arendt: “Eichmann dice que habría enviado a la muerte a su propio padre, caso que se lo hubieran ordenado” como una forma de hacer ver que el idealista vivía para su idea y que estaba dispuesto a sacrificar lo que sea en aras de su idea. El idealismo nazi, que propiamente carece de todo sentido moral y que persigue de forma absurda una autarquía pluri-existencial en pleno siglo XX, se nos presenta a través de sus ejecutores como el producto irracional, irreflexivo y paranoico de su ideólogo principal: Adolf Hitler.
La carencia de reflexión y la destrucción de la individualidad (característica de occidente) dentro del sistema nazi es visible en la afirmación de Eichmann: “Mi único lenguaje es el burocrático”; por sobre todas las cosas porque allí reside el horror de una maquinaria humana al servicio de una vías de recuperación (la Alemania de 1930) que no sustentaban sus posibilidades en sus propias capacidades sino en una suerte de política del «locus externo».
El análisis de Eichmann, durante el juicio en Jerusalén, reveló que éste fue incapaz de expresar una sola frase que no fuera un cliché. El hombre no vive para sí, no vive para sus ideales sino para estar al servicio de otro, para tomar un ideal ajeno y, sin reparar en juzgarlo, hacerlo cuyo y asirse a éste hasta el punto de no comprender otra forma de conducir sus actos fuera del ideal y del mapa planteado por éste.
Lo que finalmente revela Arendt es que Eichmann (así como se reveló en Nuremberg) poseía una amoralidad absoluta. “Naturalmente él hizo lo que era necesario en ese momento” porque no era capaz (llegó a tal punto) de refutar instrucción alguna. La superioridad del «Volk» parecía sustentarse en la «sumisión» del «Volk». Contradicciones absolutas. Como las evidenciadas en sus propias declaraciones.
Cuando el Prof Melich nos habla del triángulo: organización burocrática, tecnología y ciencia, nos habla de una maquinaria humana al servicio del sistema de poder. Una maquinaria humana que arrastró todas las esferas de la cotidianidad y que alcanzó casi un nivel teológico.
Luego de más de treinta millones de muertos la Guerra (1939- 1945) dejó luego la mayor impresión: los criminales eran personas normales que habían cometido atrocidades. Melich nos habla entonces de «El mal como espectáculo» que es la consecuencia ¿lógica? de asumir la radicalización del sistema despótico y la militarización detodas las esferas sociales. Se mete en un cajón:La lógica tecnológica de más eficiencia a menor costo, la deshumanización del sujeto (víctima y victimario), la despersonalización del otro (el sujeto ahora es objeto) y Eliminación del carácter subjetivo (Yo no existo como individuo soy parte de una máquina perfecta; solo sólo soy una pieza inservible). Ahí el resultado. Un arma mortal, un sistema político homicida y 30.000.000 de vidas bajo tierra.
¿Y ahora? Irak, Darfur, Palestina-Israel, Argelia, Colombia… ¿cuántos más?