Sobre la Justicia de los Dioses


Oh, padre Zeus! Si alguna vez te fuí útil entre los Inmortales de palabra o de obra, otórgame ahora lo que te pido:
Honra a mi hijo, el héroe de más breve vida, pues el rey de hombres Agamenón le ha ultrajado, arrbatándole y reteniendo el botín de honor, de que voluntariamente le ha despojado. Véngale tú, próvido Zeus Olímpico, concediendo la victoria a los troyanos hasta que los aqueos rindan homenaje a mi hijo y acrecienten su fama.

(Homero: La Ilíada. Canto Primero)

El mundo de la mitología griega asombra cuando nos remontamos a la idea del «acto de fe» inmerso en ese bagaje amplísimo de historias cruentas y humanas que envolvían al panteón heleno. Nos asombra la idea de que se materializasen los sentimientos más viles y las habiliades más excelsas en unos seres inmortales que finalmente no eran ni buenos, ni malos en su totalidad… simplemente eran. Y eran tanto! que movían los destinos humanos a su parecer, y las súplicas tanto de aqueos como troyanos, en medio de la guerra, se alzaban no en nombre de la justicia sino en búsqueda de apelar a la misericordia de los dioses y de complacer sus «pareceres» para serles «agradables».

Pareciera lejano que los «dioses» gobiernen nuestro destino, que lo determinen. Hoy quizás, y más aún luego del «Dios ha muerto» de Nietzsche, pensamos que nuestro destino trata más del «acto de justicia» que del acto de fe. No obstante, vemos cómo se alzan nuevos «becerros de oro» -o de barro- en torno al funcionamiento de la vida social, vida que, como toda, es dinámica y codependiente.

Keohane ya nos hablaba de la «interdependencia compleja» un sistema donde la vida social debe comprenderse en el entramado de redes que se yuxtaponen y donde los juegos de poder son proporcionales al papel que cada individuo cumple en cada red, comprendiendo además que cada individuo está inmerso en una inmesidad de redes, tenemos que los juegos de poder terminan por hacerse mucho más complicados de lo que se comprendía hace cien años.

Ahora bien, en medio del posicionamiento de los «nuevos becerros» coronados por el dinero, estatus social, puestos dentro de las jerarquías de poder en nuestros circulos cercanos, o en las pirámides gubernamentales tenemos una sociedad, en Venezuela al menos, donde pareciese que Ralws no ha tenido la delicadeza de hacerse comprender en el paso de la «Teoría de la autoridad» a la «teoría de la justicia». Y señalo esto, en tanto que los Zeus viscerales apuntan con su cetro a cuanto prometeo moderno se le acerque mencionando la frase «lo justo» y sólo se abstiene como la súplica antigua «si se es de utilidad».

Sucesos insólitos como el intento de reforma educativa, la amenaza de una guerra con Estados Unidos o el caso del maletín, que parece ser un container ahora; son de las razones que nos llevan a pensar dónde quedó la justicia en el país. O quizás qué es lo que pasa en esta sociedad tan displicente con «el deber ser». Porque somos una sociedad que hace apenas 9 años pactó una nueva Constitución y propuso un modelo democrático de estado social de derecho y de justicia que hoy queda como las ruinas de Atenas. Un recuerdo fastuoso de unas estrucuras policromadas, magistralmente edificadas comprendiendo las leyes suprasensibles que gobiernan a la naturaleza y de las cuales, solo tenemos unos vestigios que visitan los turistas con placer pero con absulutamente nada de dolor por lo perdido.

El llamado que se hace es a una reflexión: ¿En Venezuela estamos siendo partícipes de esa suerte de alzheimer colectivo frente al constitucionalismo democrático o es que nunca en realidad comprendimos que el modelo democrático y lo que subyece en el principio de legalidad?

Somos tan egoistas que trasgrediendo las normas más básicas de convivencia; como respetar las señales de tránsito, no sobornar a funcionario alguno para la obtención de licencias, realizar nuestros trabajos académicos sin pagar o no realizar un plagio, devolver a la cajera el vuelto de más cuando ella comete un error humano… terminan por contribuir activamente a este desastre corrupto que llaman reivindicación social. Perdemos la moral, perdemos la conciencia y nos transformamos en la ecclecsia perfecta para el paganismo indolente que termina por condenar a un Sócrates por llamar a los jóvenes a «conocer» y premiamos a los mercaderes del saber… a los sofistas modernos.

El llamado a recobrar la Justicia de los hombres y a darle la espalda a los ídolos de barro que a través de los juegos de poder nos recuerdan un fatum incierto alejado de la areté ganada con el peso de la historia, dos guerras mundiales y la mentada evolución de la civilización occidental con el advenimiento del sistema internacional de justicia y el posicionamiento imperante de las democracias en el siglo XX.

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