Entender qué es la Democracia es nuestros días

Entender qué es la Democracia es nuestros días(I)

Por Nancy H Arellano Suárez

Estudiante de Estudios Liberales

en la UNIMET

nancyarellano@gmail.com


“Todo idealismo frente a

la necesidad es un engaño”.

F, NIETZSCHE

Mucha gente habla de la democracia como si fuera un concepto fácil de puntualizar; hablan de la democracia como un algo cuantitativo: es así, mide tanto, dice esto, le gusta esto… en fin… como si se pudiese precisar el todo de ésta. El primer punto que todo demócrata debe asumir es que la democracia no es cuantitativa es cualitativa y más aún, no tiene un concepto unívoco porque su esencia está en un espacio abierto a la reformulación y ajuste dentro de un marco de pluralismo, tolerancia, necesaria disidencia y diálogo.

Ahora bien, ¿cuál es el sentido de este brevísimo escrito? Es poner de manifiesto que la democracia ante todo debe reconocerse como un valor en si misma. Un valor que pregona una idea clara: IGUALDAD entre todos los ciudadanos y progreso COMPARTIDO.

Adicionalmente, la Democracia –en el siglo XXI, que es el que nos interesa- se nos presenta ya no con un corte plenamente liberal o “socialistoide[1]”. Porque sI bien la segunda guerra mundial nos enseñó que teníamos que fortalecer las relaciones internacionales, el legado de “la cortina de hierro” fue precisamente la necesidad de humanizar el liberalismo de mercado. Claro está, que hubo una serie de antecedentes importantes como el Crack de la bolsa del 29’, las teorías de Keynes y el Welfare State, frente a su homólogo europeo, el Estado de Bienestar que nos vinieron a decir que la Social Democracia era un hecho y un comienzo en la construcción de una sociedad más justa.

Sea como sea, está claro que –tras la década de los Ochenta- para los países en vías de desarrollo, el Estado paternalista no sirve para lograr dar el salto necesario hacia la modernidad. Salto que, por una parte, necesita asirse de la democracia, y por otra parte, de una repartición equitativa de los recursos, por no decir un acceso permeado de igualdad de oportunidades. Finalmente, se habla de política y economía; no como directrices, sino como muletas para dar los primeros pasos para una política de verdad y una economía de verdad, encaminadas hacia una visión de progreso.

Así pues, entendiendo que la visión de pueblo es una falacia política y que sólo puede hablarse de una congregación de ciudadanos (con una noción más o menos compartida de progreso) se vuelve indispensable introducir la capacidad que permite a esos ciudadanos entender y elegir sobre política y economía; es decir: la educación.

No sé si por hablar de una especie de determinismo, pero debo reconocer que me satisfizo la lectura del teórico estadounidense Robert Dahl [2], quien reconoce a la democracia como un concepto difuso pero que presenta oportunidades puntuales para un Estado, como lo son:

· Participación Efectiva

· Igualdad de Voto

· Alcanzar una Comprensión Ilustrada

· Ejercitar el control final sobre la Agenda

· Inclusión de los Adultos

¿Qué nos dicen estos cinco puntos? El primero refiere directamente a que todos los miembros tengan las mismas oportunidades (de hecho) para hacer ver sus puntos de vista sobre las políticas a ser tomadas. El segundo punto, no es más que la oportunidad efectiva de que el voto de cada ciudadano tenga el mismo peso sobre las decisiones políticas. El tercer punto, crucial en cualquier sociedad en vías de desarrollo, refiere no a la esencia de la Ilustración como movimiento ligado a una clase social emergente, sino a la oportunidad efectiva que debe tener cada ciudadano para informarse a tiempo sobre la realidad desde todas las perspectivas posibles y con apego a la veracidad de los hechos, así como a la comprobación de los mismos, haciendo que su opinión sea una opinión sustentada. El cuarto punto es la contraloría ciudadana que debe apoyarse en la legitimidad de las instituciones gracias al voto igualitario, la realización de la agenda pública producto de una participación efectiva, la comprensión ilustrada como marco de un voto y una participación racional, y finalmente, una idea de justicia compartida en un nacionalismo y en una idea de convergencia en la divergencia que permita a los ciudadanos calificar oportunamente y de hecho a la pertinencia, eficacia y eficiencia de la agenda pública. El quinto punto, quizá el alcanzado más fácilmente en las sociedades modernas, es el pleno derecho de ciudadanía; es decir, los derechos políticos, civiles y económicos de los que debe gozar todo ciudadano hijo de la tradición democrática liberal y la ciudadanía per se con la que debe contar toda persona nacida en un territorio.

Un importante político francés decía que “si los intelectuales tienen el deber de alertar al público cuando no se respetan las normas fundamentales, los políticos se ven contenidos y coartados por un necesario pragmatismo”[3]. A esta frase le respondo que ciertamente es el deber del intelectual alertar cuando no se respetan las normas fundamentales, pero más allá, como intelectual y como ciudadano, es deber de éste reformar las normas fundamentales cuando éstas no se apegan al necesario pragmatismo ni a la evolución de las sociedades, a fin de vivificar a la política, hacerla realista.

De ahí que se haga necesario hablar de democracia en términos pragmáticos y actuales despojándola de ese carácter meramente enunciativo y quizá idealista. Para ello, me atrevo a invitar a reflexionar sobre dos puntos adicionales a los cinco de Dahl; el primero, o sexto, la inclusión de los Altos Índices de Desarrollo Humano, como indicadores sostenibles; y el segundo, o séptimo, la necesaria “expansión de una política exterior efectiva desde cada país”. El primero porque es el único que nos permite cuantificar la calidad democrática, en cuanto a derechos ciudadanos y derechos humanos, es decir, calidad de vida; y la segunda porque es la que nos dice que estamos efectivamente insertos en una comunidad internacional que nos reconoce y nos incluye en una sociedad que, en el siglo XXI, se presenta globalizada y democratizada. Asimismo, porque una auténtica y legítima comunidad internacional democratizada permitirá determinar, desde un punto de vista objetivo, en una institucionalidad legítima de origen y ejercicio –no parafernalias desactualizadas-, cuándo fallan algunos de los indicadores de democracia en un país; es decir, la democracia en el siglo XXI es un concepto extrínseco e intrínseco que debe retroalimentarse de las relaciones internas y externas, para configurarse satisfactoriamente dentro de los mercados y sociedades globalizadas, sin perjuicio al proceso natural de evolución de las sociedades ni a la preexistencia de culturas locales.

Se trata finalmente de la “Simetría” griega definida como “la justa proporción de las partes con el todo y del todo con las partes”. Nos guste o no el Mundo, Orbis, es hoy más que nunca UNO.

La democracia del siglo XXI, la democracia que se requiere en este siglo, es una democracia liberal, social y progresista[4]; a la que hace falta delimitar y definir. Sobre la cual hay que hablar, debatir, pluralizar; no por parte de los organismos internacionales, ni por gobiernos “y que” democráticos, sino por la ciudadanía como garante de ella, como actores sociales que velen por esos siete puntos propuestos; que EXIGAN el cumplimiento del valor incluyente que es la Democracia.


[1]Entiéndanse las teorías socialistas, marxistas, comunistas y la posterior síntesis mediante formulación de la Social Democracia., a la cual hemos dejado de lado por cierto, más por las prácticas políticas que por desdeñar sus planteamientos.

[2]Dahl, R. (1999) La Democracia: Una Guía para Ciudadanos. Ed Taurus.

[3] Palabras de Dominique Villepin (I Ministro de Francia desde el 2005), en dic 2002 cuando era Ministro de Asuntos Extranjeros, en: Glucksmann, A. (2003) “Occidente contra Occidente” pp14. Ed. Taurus.

[4] De este tipo de democracia tratará la segunda parte de este artículo.

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